El diario del comerciante bisexual moscovita Piotr Medvédev en la década de 1860
Sus aventuras y su autoanálisis.
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La información sobre la vida íntima en el Imperio ruso —en cartas y diarios— fue dejada, por lo general, por nobles y otras personas de los estratos superiores. Por eso el diario de una figura “intermedia” es especialmente valioso: el comerciante moscovita Piotr Vasílievich Medvédev, que era bisexual.
De 1854 a 1863, Piotr Medvédev llevó un diario y describió sus vivencias con una franqueza sorprendente: religión, emociones y sus experiencias sexuales con hombres y mujeres. Reflexionó sobre cómo las relaciones íntimas afectan a la familia, escribió sobre el cuerpo como fuente de placer, abordó la prostitución, la infidelidad y la masturbación, así como el deseo erótico y el amor en general.
Pero antes de pasar a esos temas, es importante comprender quién era el propio Medvédev.
El carácter y la trayectoria vital de Piotr Medvédev
Piotr Medvédev nació en una familia campesina y no recibió educación formal. Él mismo escribió que «aprendió las primeras letras, a leer y escribir, solo en la medida en que se puede vivir del pan de cada día»; es decir, dominó lo mínimo imprescindible para desenvolverse en la vida cotidiana y en el trabajo.
En el comercio ascendió hasta la categoría de comerciante del tercer gremio. En el Imperio ruso, los comerciantes se dividían en gremios según el tamaño de su capital y la envergadura de sus negocios; el tercer gremio equivaldría, en términos actuales, al nivel de un pequeño empresario.
Medvédev dedicaba su tiempo libre a pasear por Moscú y a leer. Era profundamente religioso; una persona impresionable, de psique frágil. Una palabra o una situación podían herirlo con facilidad. A veces se mostraba irritable, pero en general era amable y sensible a las necesidades ajenas.
En política, Medvédev era un monárquico ortodoxo: creía que la autoridad del zar era legítima y que la ortodoxia desempeñaba un papel esencial. Era eslavófilo, es decir, de quienes sostenían que Rusia debía desarrollarse apoyándose en sus propias tradiciones, y no copiando ciegamente a Occidente. También se definía a sí mismo como patriota.
Al mismo tiempo, sus ideas no eran del todo lineales ni simplistas. Apoyaba las reformas municipales y la abolición de la servidumbre (cuando los campesinos dejaron de ser, legalmente, propiedad de los terratenientes). Criticaba a Pedro el Grande, el zar que reconstruyó el país de manera radical «a la europea». Le indignaban los abusos policiales y defendía la ampliación de la libertad de expresión. Y otra convicción, importante para él: no se debe entrometerse en la vida privada de las personas, especialmente el Estado, e incluso la «opinión pública».
Vasili Grigórievich Pérov. «La llegada de una institutriz a la casa de un comerciante». 1866
Las dificultades del matrimonio y su relación con su esposa
Piotr Medvédev se casó a los 30 años. Su esposa era hija de un rico comerciante moscovita, P. I. Lánin. Este matrimonio, como la mayoría de los de la época —y en especial entre comerciantes—, fue una unión «de cálculo»: un arreglo práctico más que una elección amorosa. Medvédev contaba con una gran dote (bienes y dinero que la familia de la novia aportaba al matrimonio) y con fortalecer sus vínculos en Moscú.
Pero la vida conyugal resultó difícil. Entre ellos no surgieron ni amor ni entendimiento mutuo. La situación se agravó porque su esposa, Serafíma, era estéril, mientras que Piotr deseaba desesperadamente tener hijos.
Su desengaño se percibe en la manera en que habla de ella en su diario. La describe como una mujer sin educación ni gusto, de carácter caprichoso, inclinada a las disputas —tanto con sus padres como con el servicio doméstico—. A sí mismo se presenta como un soñador romántico, y a ella como una esposa de comerciante «pegada a la tierra», para quien el dinero era lo más importante. En ocasiones, los conflictos escalaban hasta la violencia física.
«A veces, en horas de irritabilidad, hasta llegamos a pelearnos, como una especie de lección; ahora han pasado los años: ya no pongo un dedo sobre ese zoquete con forma humana.»
— el comerciante Piotr Medvédev, de su diario
Después de tales «lecciones», casi de inmediato se sentía culpable y podía caer en un estado sombrío: durante varios días permanecía en cama sin hacer nada.
En medio de conflictos constantes, Serafíma empezó a engañarlo. Al mismo tiempo, el diario sugiere que seguían teniendo relaciones sexuales con regularidad dentro del matrimonio; es decir, no se trataba de una ruptura total de la vida íntima, sino de otro problema: frialdad, resentimiento, humillación y una hostilidad generalizada.
Uno de los romances provocó un gran escándalo. Durante una disputa entre Serafíma y los parientes de Piotr, salió a la luz que ella había entablado una relación con el sobrino de su marido. Medvédev habló personalmente con el sobrino, y este confesó:
«Él, con sinceridad y con todo detalle, confesó el pecado de un incesto repetido… Y yo me tomé todo esto muy a pecho, pero no me permití castigos ni otras escenas escandalosas, ni insultos, ni reproches…»
— el comerciante Piotr Medvédev, de su diario
En el uso moderno, incesto significa relaciones sexuales entre parientes consanguíneos cercanos. En el caso de Medvédev, el sobrino y la esposa no eran parientes de sangre. Pero según la lógica religiosa de la época, una relación así podía entenderse como un «parentesco» creado por el matrimonio, es decir, como algo espiritualmente y moralmente equivalente al incesto. Por eso Medvédev lo llamó «incesto» y «pecado».
Borís Mijáilovich Kustódiev. «El vendedor de baúles». 1923
Dos años después del escándalo, Medvédev sí castigó al sobrino: delante de los obreros, lo golpeó con un palo. No solo le echó en cara la relación con su esposa, sino también otras faltas.
Piotr no se atrevió a divorciarse. Por entonces, el divorcio en Rusia era un procedimiento extraordinariamente difícil: costaba formalizarlo legalmente y era casi imposible sin motivos graves y sin resoluciones eclesiásticas. Además, su esposa tenía una posición elevada y buenas conexiones, mientras que Medvédev —hombre profundamente devoto— tendía a interpretar su destino como permiso de Dios, es decir, como una prueba que debía soportar (la idea de que Dios permite la adversidad como examen, no de que «apruebe» el daño).
Al mismo tiempo, no concebía el matrimonio como un simple sistema del poder del marido sobre la esposa. Al contrario: Medvédev tenía ideales románticos. Para él, una unión ideal debía sostenerse en el amor mutuo, y los cónyuges debían ser de edad similar: más compañeros que «jefe y subordinada».
Experimentos y preferencias sexuales
Piotr consideraba la intimidad física una parte importante de la vida familiar. No veía las aventuras fuera del matrimonio como un mal inequívoco: para él podían ser una manera de adquirir experiencia que, más tarde, resultara útil dentro del matrimonio. Pero su propia vida conyugal no se pareció en nada a lo que había imaginado. Por el dolor emocional constante, oscilaba entre la Iglesia y las tabernas, en busca de un alivio aunque fuera temporal.
Tras tres años de matrimonio doloroso, Piotr, desesperado, decidió «dar rienda suelta a sus pasiones». Borracho, en las tabernas, se entregó a la «lujuria» tanto con hombres como con mujeres, y después lo registró con todo detalle en su diario.
A mediados del siglo XIX, si un hombre no lograba que su relación con su esposa funcionara, acudir a prostitutas era una solución habitual. En Rusia, la prostitución fue legalizada en 1843. Medvédev, sin embargo, recurría rara vez al sexo pagado: escribió que no era «propio de su carácter ni de su costumbre».
Podría haber tenido una amante, pero lo evitaba por motivos religiosos. En la enseñanza moral ortodoxa, la relación con una amante se consideraba el grave pecado del adulterio. En ese contexto, otros actos —por ejemplo, mantener relaciones con la esposa durante un ayuno, la masturbación, el sexo con una prostituta o las relaciones homosexuales— le parecían pecados «más leves». Esto no significa que los justificara; más bien, dentro de su escala religiosa personal, ordenaba así la gravedad de las transgresiones.
Al principio, su interés por los hombres se manifestaba de forma relativamente moderada. En las primeras entradas recuerda la alegría de bañarse junto a jóvenes fuertes y el placer de los besos pascuales con muchachos apuestos (en la tradición ortodoxa rusa, en Pascua es costumbre besarse tres veces e intercambiar un saludo festivo). El «despliegue» pleno de sus prácticas homosexuales llegó más tarde, cuando el matrimonio terminó por convertirse, para él, en una fuente de desengaño.
Relaciones homosexuales
Los episodios relacionados con hombres aparecen con especial frecuencia en el diario a partir de 1861. A lo largo de cinco meses —en verano y otoño— describió quince encuentros de este tipo. En tres casos se trató de masturbación mutua con amigos. En los demás, Piotr y sus acompañantes recurrían al alcohol para reducir los frenos y facilitar el paso hacia la intimidad, o bien para presionar a la otra persona. Por ejemplo, después de una pelea con su esposa, en la festividad de la Ascensión (cuarenta días después de Pascua), viajó con un amigo a Ostánkino —por entonces una zona campestre a las afueras de Moscú—:
«…en mí se formó el deseo de beber y entregarme al libertinaje; con fuertes pasiones me sobrevino un anhelo inquieto de tener a una mujer o a un hombre para el onanismo, el kulismo [del latín culus, “nalgas”], lo que quieras… la costumbre de la lujuria y del vergonzoso desenfreno me dominaba.»
— el comerciante Piotr Medvédev, de su diario
Una vez, de regreso a casa, Piotr propuso intimidad a su compañero. El hombre se negó y sugirió buscar «camelias», un término de argot para referirse a prostitutas, asociado con la difundida imagen europea de la «dama de las camelias», es decir, la figura de la cortesana en la cultura del siglo XIX. Pero no encontraron ninguna «camelia» y, al final, el compañero ebrio accedió al «onanismo mutuo».
Con el tiempo, Piotr sintió que aquel comportamiento influía en su entorno: personas que antes no participaban empezaron a proponerlo por iniciativa propia. El religioso Medvédev a veces se sentía culpable por ello:
«Vaya, qué buen ganso soy. A mi edad, en mi situación, hacer semejante porquería y, sin querer, arrastrar a otros, por la fuerza de relatos lujuriosos, al onanismo.»
— el comerciante Piotr Medvédev, de su diario
Borís Mijáilovich Kustódiev. «Una taberna moscovita». 1916
Otro compañero «no solo para una vez» fue un joven de 18 años —al parecer, un sirviente contratado que vivía en su casa. Medvédev lo describe como «desarrollado», es decir, no un niño sino un muchacho ya físicamente maduro; aun así, ve un problema moral en la situación:
«¿Pero por qué estoy “adiestrando” a un muchacho joven (aunque, desde luego, desarrollado)?… tres veces más, incluso en el piso anterior, tuve con él una relación lujuriosa de onanismo mutuo; él es un poco tímido, pero parece que también le gusta».
— el comerciante Piotr Medvédev, de su diario
Sus otras relaciones con hombres solían ser casuales. La mayoría de las veces fueron con cocheros jóvenes —los «taxistas» urbanos de aquella época, que transportaban pasajeros en vehículos de tiro. Algunos aceptaban encuentros íntimos por 30–50 kopeks, y a veces, según dice, había quienes aceptaban «simplemente porque sí».
También encontraba compañeros entre los empleados de los baños públicos: trabajadores que atendían a los visitantes, se ocupaban de las salas de vapor y mantenían el orden. En un episodio, fue con un amigo a unos baños de Moscú donde, según sus palabras, se entregó al «onanismo y al kulismo».
Arrepentimiento e intentos de luchar contra sí mismo
A veces Medvédev llegaba a pensar que debería tener una amante «por salud», como si así pudiera hallar para sí una salida «correcta». Pero su fe no le daba descanso: seguía considerando las prácticas homosexuales un pecado, y eso lo empujaba a una guerra interior constante.
«Desde luego, la sensación es agradable, dulce, apasionada; pero todo es momentáneo. ¿Y cómo será pagar después: por todo esto, en vida —en los actos y en la salud—, y después de la muerte —con el infierno y el juicio…? Pecado ante Dios; vergüenza ante la gente; dolor para la conciencia ante uno mismo».
— el comerciante Piotr Medvédev, de su diario
Pero combatir su propia sexualidad resultó muy difícil. Se arrepentía, intentaba «ponerse en manos», y luego volvía a lo mismo otra vez, viviendo de nuevo ese proceso como un ciclo de pecado y arrepentimiento.
El diario como espejo de su época
El diario de Medvédev contiene no solo su historia personal, sino también el retrato de un tiempo en que Rusia cambiaba con rapidez. Eran los años de las reformas de Alejandro II: la sociedad debatía la libertad individual, el papel de la familia, el sentido del matrimonio, los límites de lo aceptable, aunque de muchos temas todavía no se pudiera hablar en voz alta en público.
Medvédev escribe sobre sí mismo, pero al mismo tiempo capta la nerviosa atmósfera general de la época. Sus intentos de conciliar unas normas religiosas estrictas con los deseos «terrenales» ponen de relieve un problema más amplio del siglo XIX: el choque entre un modo de vida conocido, estrechamente reglamentado, y nuevas actitudes en las que las personas anhelaban mayor libertad personal, al menos en sus pensamientos y en su vida privada.
Al confrontar sus «pecados» con las exigencias de la fe, Medvédev vuelve una y otra vez a la misma pregunta: ¿dónde termina el derecho de la sociedad y del Estado a controlar a una persona, y dónde empieza el territorio de la vida privada, en el que nadie debería entrometerse?
Por eso el diario de Piotr Medvédev importa no solo como un documento sobre la sexualidad de un individuo. Es también un testimonio de cómo fueron transformándose las ideas sociales y las normas jurídicas en el siglo XIX, y de cómo esos cambios se reflejaron en la existencia de alguien que no pertenecía a la élite.
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Referencias y fuentes
- Из дневника купца П. В. Медведева (1854–1861 гг.): документы из ЦИА Москвы // Московский архив: Историко-документальный альманах. Кн. 2. М., 2000. [Del diario del comerciante P. V. Medvédev (1854–1861): documentos del Archivo Histórico Central de Moscú]
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