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Historia LGBT rusa y global

Folclore ruso sin censura: momentos destacados de los «Cuentos secretos rusos» de Afanásiev

«Sembrar pollas», «El necio» y «El soldado y el cura».

  • 10 min

Elegimos tres cuentos populares rusos para adultos con el fin de dejar clara una idea: el folclore de nuestros antepasados era mucho más explícito —y mucho más audaz— de lo que cabría esperar. Junto a elementos típicos de los cuentos de hadas —como animales que hablan y transformaciones mágicas—, estas historias exploran sin rodeos el cuerpo, el sexo tabú (incluido el sexo entre especies), falos gigantescos, prácticas de atadura y sujeción, e incluso temas de amor entre personas del mismo sexo.

Alexánder Afanásiev, erudito literario del siglo XIX y uno de los más importantes recopiladores del folclore ruso, transcribió y editó en la década de 1860 un enorme caudal de relatos orales. Estos textos muestran tanto la desbordante inventiva de la narración campesina como la naturalidad con que se trataba la sexualidad. No temían hablar del amor y del cuerpo, sabían reírse de las situaciones íntimas y expresaban sus sentimientos de manera abierta y libre.

El necio

Érase una vez un campesino y su mujer, y tenían un hijo al que todos tenían por tonto. Un día se le metió en la cabeza que quería casarse y acostarse con una esposa, y no dejaba de importunar a su padre:

—¡Cásame, padre!

El padre le respondió:

—Espera, hijo. Todavía es pronto para casarte: tu polla aún no te llega al culo. Cuando te llegue al culo, entonces te casaré.

Así que el muchacho agarró su polla con las dos manos, tiró de ella con todas sus fuerzas y miró. En efecto, le faltaba un poco.

—Sí —dijo—, todavía es pronto para casarme. Mi polla sigue siendo pequeña: no me llega al culo. Será mejor que espere uno o dos años.

Pasó el tiempo. Y el único “trabajo” del necio era estirarse la polla. Al final obtuvo resultados: le creció tanto que no solo le llegaba al culo, sino que le pasaba más allá. Fue a ver a su padre y le dijo:

—¡Pues ya está, padre! Ahora sí que es hora de casarme: ¡mi polla me pasa de largo el culo! No me dará vergüenza acostarme con una mujer; la dejaré satisfecha yo mismo y no permitiré que se vaya a buscar por ahí.

El padre pensó: «¿Qué bien puede esperarse de un necio?» Y le contestó:

—Bueno, hijo. Si tu polla te ha crecido tanto que te pasa de largo el culo, entonces no hay ninguna razón para casarte: quédate soltero. Siéntate en casa y usa tu propia polla para follarte el culo tú mismo.

Y ahí terminó todo.

El soldado y el cura

A un soldado se le mete en la cabeza acostarse con la mujer del cura: ¿cómo lograrlo?

Se viste con el uniforme de gala, se cuelga el fusil y se presenta en el patio del sacerdote.

—Escuche, Padre. Ha salido un decreto nuevo: a todos los curas hay que sodomizarlos. Así que inclínese y presente el culo.

—Ay, soldado… ¿no podría dejarme en paz?

—¡Bonita excusa! ¿Y yo voy a recibir el castigo por culpa suya? ¡Deprisa, bájese los calzones y póngase a cuatro patas!

—¡Piedad, soldado! ¿No podría hacerlo con mi mujer, en vez de conmigo?

—Bueno… podría hacerse. Pero que no se entere nadie, o estaremos metidos en un buen lío. Así que, Padre, ¿qué me ofrece? Por menos de cien no muevo un dedo.

—Tome, soldado; con tal de que me saque de este atolladero…

—Está bien. Acuéstese en el carro. Ponga a su mujer encima de usted. Yo subiré y haré como si me estuviera tirando a usted.

El cura se tiende en el carro, la mujer del cura se le acomoda encima, y el soldado le levanta la falda y se pone a darle con ganas. El cura, allí tumbado, aguanta y aguanta… y al poco rato también se calienta; la polla se le pone tiesa, empuja por entre las tablas, se abre paso por un agujero y asoma: roja como brasa, enorme. La hija del cura mira y mira, y al fin dice:

—¡Eso sí que es un soldado! ¡Qué polla tan descomunal tiene: ha atravesado a mamá y a papá, y todavía la punta sigue temblando!

Sembrar pollas

Érase una vez dos campesinos. Araron su tierra y se fueron a sembrar centeno. Pasó por allí un viejo peregrino, se acercó al primer campesino y le dijo:

—¡Hola, buen hombre!

—¡Hola, abuelito!

—¿Qué estás sembrando?

—Centeno, abuelito.

—Pues que Dios te ayude: ¡que tu centeno crezca alto y bien granado!

Luego el viejo se acercó al segundo campesino:

—¡Hola, buen hombre! ¿Qué estás sembrando?

—¿Y a ti qué te importa? —gruñó el campesino—. ¡Estoy sembrando pollas!

—Pues entonces… ¡que te broten las pollas!

El viejo siguió su camino. Los campesinos terminaron de sembrar, pasaron la rastra y se fueron a casa.

Llegó la primavera, y con ella las lluvias. En la franja del primer hombre, el centeno nació espeso y alto. Pero en la del segundo no nació nada, salvo pollas: pollas pelirrojas, cubriendo toda la parcela. No había dónde poner el pie: por todas partes, pollas.

Salieron a ver cómo iba la cosecha. El primero no cabía en sí de alegría al mirar su campo; al segundo se le encogió el corazón.

«¿Y ahora —pensó— qué voy a hacer con estos demonios?»

Llegó el tiempo de la siega. Fueron al campo: uno se puso a segar el centeno, y el otro se quedó mirando; en su franja las pollas habían crecido de vara y media. Pelirrojas, erguidas, como si el campo estuviera en flor con amapolas. Miró y remiró, sacudió la cabeza y regresó a casa. Allí reunió cuchillos, los afiló cuanto pudo, cogió hilo y papel, volvió a su parcela y se puso a cortar las pollas.

Cortaba un par, lo envolvía en papel, lo ataba bien con cordel y arrojaba el paquete al carro. Cuando las hubo cortado todas, cargó con el lote y se fue a la ciudad a venderlo.

«Quizá —pensó— pueda venderle al menos un par a alguna mujer tonta.»

Iba por la calle gritando a voz en cuello:

—¡Pollas en venta! ¡Pollas! ¡Pollas! ¡Pollas finas en venta! ¡Pollas! ¡Pollas!

Una señora lo oyó y mandó a su criada:

—Sal y pregunta qué está vendiendo ese campesino.

La muchacha salió corriendo.

—¡Eh, campesino! ¿Qué vendes?

—¡Pollas, señorita!

La criada volvió adentro, muerta de vergüenza, sin atreverse a decirlo.

—Habla, idiota —la regañó la señora—. No te hagas la tímida. Entonces… ¿qué vende?

—Pues, señora… el muy sinvergüenza vende pollas.

—¡Tonta! Corre, alcánzalo y regatea: ¿cuánto quiere por un par?

La criada alcanzó al campesino y preguntó:

—¿Cuánto por un par?

—Sin regateos: cien rublos.

En cuanto se lo dijo a su señora, la dama sacó al instante cien rublos.

—Toma —dijo—. Ve y elige las mejores: más largas y más gruesas.

La criada le llevó el dinero y suplicó:

—Por favor, campesino… dame las mejores que tengas.

—Todas han salido espléndidas —respondió él.

La criada escogió un buen par y se lo llevó a la señora. La dama las examinó y le gustaron. Intentó colocárselas donde pretendía… pero no entraban.

—¿Te dijo el campesino —preguntó a la criada— cómo hay que darles órdenes para que funcionen?

—No dijo nada, señora.

—¡Inútil! Ve ahora mismo y pregúntaselo.

La criada volvió corriendo:

—Oye, campesino: dime cómo se manda tu mercancía para que haga su trabajo.

El campesino contestó:

—Si me das otros cien rublos, te lo digo.

La criada corrió a su señora.

—No lo dice gratis, señora: pide otros cien.

—Una cosa así vale doscientos —dijo la dama.

El campesino recibió el segundo centenar y dijo:

—Si la señora quiere que empiecen, que diga: «¡Arre!»

La señora se tendió en la cama, se levantó la falda y ordenó:

—¡Arre!

Al instante ambas pollas se le pegaron y se pusieron a embestir. Al poco rato se arrepintió de haberlo pedido… pero no podía arrancárselas.

¿Cómo librarse de aquel apuro? Mandó otra vez a la criada:

—¡Corre tras ese hijo de puta y pregunta qué hay que decir para que se detengan!

La criada voló por la calle.

—Dime, campesino: ¿qué tiene que decir para que las pollas se suelten? ¡Están dejando a mi señora sin fuerzas!

El campesino respondió:

—Otros cien, y te lo diré.

La criada regresó a toda prisa. La señora apenas seguía viva en la cama.

—Saca los últimos cien del arcón —jadeó— y llévaselos a ese canalla, ¡rápido! ¡O me muero!

El campesino recibió el tercer centenar y dijo:

—Que diga: «¡So!»… y se pararán al instante.

La criada volvió corriendo y vio a la señora casi sin sentido, con la lengua fuera; así que gritó ella misma:

—¡So!

Las dos pollas se apartaron de un salto.

La señora se sintió mejor, se levantó, guardó las pollas y empezó a vivir a su gusto. Cuando le venía en gana, las sacaba, daba la orden y se ponían a trabajar… hasta que la señora gritaba:

—¡So!

Sucedió una vez que fue de visita a otra aldea y se olvidó de llevarse las pollas. Se quedó hasta el anochecer, se aburrió y se dispuso a regresar a casa. Los anfitriones le rogaron que pasara la noche.

—Imposible —dijo ella—. Me dejé en casa una cosita secreta, y sin ella no puedo dormirme.

—Si quieres —dijeron los dueños—, mandaremos a un hombre de confianza a buscarla y traerla de vuelta, sana y salva.

La señora aceptó. Enseguida enviaron a un lacayo con un buen caballo a la casa de la dama para recoger el objeto.

—Pregúntale a mi criada —indicó la señora—. Ella sabe dónde está escondido.

El lacayo llegó; la criada le entregó las dos pollas, cada una envuelta en papel. Él se las metió en el bolsillo trasero, montó y emprendió el regreso. En el camino tuvo que subir una cuesta. El caballo era perezoso, y en cuanto empezó a azuzarlo —«¡Arre!»—, las dos pollas saltaron de pronto y comenzaron a darle por el culo. El lacayo casi se muere del susto.

«¿Qué diablos es esto? ¿De dónde han salido estas cosas malditas?»

Estaba a punto de llorar, sin saber qué hacer. Pero el caballo echó a trotar cuesta abajo con brío, y él gritó:

—¡So!

Al instante las pollas se le salieron del culo.

Las recogió, las envolvió otra vez en papel, las llevó de vuelta y se las entregó a la señora.

—¿Todo salió bien? —preguntó ella.

—¡Al diablo con ellas! —dijo el lacayo—. Si no llega a haber una cuesta en el camino, me habrían follado hasta el patio.

Sobre el autor y el libro

Alexánder Nikoláyevich Afanásiev (1826–1871) es recordado como uno de los investigadores más destacados de la cultura espiritual eslava. Se formó como jurista, pero sus intereses iban mucho más allá de los documentos oficiales y del sistema legal. Le atraía el folclore: la cultura popular tradicional transmitida durante siglos de forma oral —cuentos de hadas, leyendas, relatos orales y canciones.

En 1860, Afanásiev publicó una recopilación titulada Leyendas populares rusas. En ella recontaba historias sobre santos y sobre Cristo tal como la gente común las entendía y las narraba. La Iglesia y las autoridades estatales de censura consideraron el libro peligroso, y fue prohibido con rapidez: la religiosidad popular no siempre coincidía con la doctrina oficial.

La obra más escandalosa de Afanásiev fue Cuentos secretos: una colección de relatos folclóricos eróticos rusos. Sabía que, en la Rusia del siglo XIX, sería imposible publicar un material así debido a la censura, de modo que envió el manuscrito a Europa. Allí se imprimió por primera vez después de su muerte, mientras que en Rusia el libro no apareció hasta 1992.

La edición se abre con un epígrafe tomado de uno de los cuentos: «¿De qué hay que avergonzarse? Robar es vergonzoso, pero decirlo en voz alta —no tiene nada de malo; se puede decir cualquier cosa».

Todos los relatos pueden leerse en Wikisource (en ruso).


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